El ciclo de empezar y no terminar: ¿por qué dejamos las cosas a medias?
Hay personas que parecen llenas de ideas, motivaciones y comienzos. Inician proyectos, cursos, cambios de hábitos o aficiones con entusiasmo. Sin embargo, pasado un tiempo, ese impulso inicial se diluye y el proyecto se queda en pausa… o se abandona. Este fenómeno, tan común como frustrante, puede esconder dinámicas internas muy interesantes.
El placer de empezar
Empezar algo nuevo genera una sensación de energía y posibilidad. El cerebro libera dopamina, vinculada a la motivación y la recompensa anticipada. Nos ilusiona lo que está por venir, imaginamos los resultados y eso nos impulsa. El problema es que esa misma dopamina disminuye cuando la novedad desaparece y llega la rutina, el esfuerzo sostenido y la incomodidad del proceso real.
Cuando el entusiasmo se apaga
En ese punto, pueden aparecer pensamientos como “ya no me motiva”, “quizá esto no era lo mío” o “ya lo retomaré más adelante”. Pero muchas veces no se trata de una pérdida de interés genuina, sino del choque entre la expectativa inicial y la realidad del esfuerzo. Lo que antes era excitante ahora exige constancia, tolerar la frustración y sostener el aburrimiento.
El perfeccionismo como freno invisible
Paradójicamente, el perfeccionismo —que suele parecer un rasgo positivo— es una de las causas más frecuentes del abandono. Cuando sentimos que no podremos hacerlo perfecto, preferimos no terminarlo. Es una forma de protegernos del juicio: si no lo acabamos, no puede ser evaluado. En el fondo, dejar algo a medias preserva la ilusión de que “podría haber sido genial si me hubiera puesto en serio”.
“Abandonar es a veces una manera encubierta de evitar la decepción que supondría descubrir que no somos tan buenos como querríamos.”
El miedo al fracaso y el miedo al éxito
Ambos miedos pueden coexistir. Fracasar duele, pero tener éxito también puede generar ansiedad: ¿y si no soy capaz de mantenerlo? ¿y si las expectativas aumentan? Terminar implica exponerse —a la crítica, a la comparación, incluso a la propia vulnerabilidad—, y eso puede ser más difícil de lo que parece.
El papel de la autocrítica
La voz interna que juzga y exige puede ser implacable. A veces, antes incluso de empezar, ya nos decimos que no valdrá la pena, que no seremos constantes o que volveremos a fallar. Esa anticipación del fracaso se convierte en una profecía que se cumple sola. La autocrítica constante consume energía emocional y erosiona la motivación.
La trampa de la gratificación inmediata
Vivimos en una cultura que premia la rapidez. Las redes sociales, las métricas, los resultados instantáneos nos acostumbran a sentirnos recompensados enseguida. Los proyectos que requieren tiempo y paciencia se vuelven más difíciles de sostener, porque su recompensa es diferida. Aprender a convivir con la lentitud y la frustración es una habilidad psicológica que también se entrena.
Cómo romper el ciclo
Superar esta tendencia no se trata de “ponerse las pilas” ni de forzarse a ser disciplinado a cualquier precio. Implica comprender el sentido del patrón y actuar con autocompasión. Algunas ideas que pueden ayudar:
- Redefinir lo que significa terminar: no todo proyecto necesita llegar a un final perfecto; a veces basta con cerrarlo conscientemente.
- Aceptar el proceso: disfrutar del camino, no solo de la meta, reduce la ansiedad por resultados.
- Dividir los objetivos: avanzar por partes pequeñas hace que el progreso sea visible y más gratificante.
- Practicar la autocompasión: reconocer los intentos sin castigarse por los abandonos.
El acompañamiento terapéutico
En terapia, este patrón se explora no como un fallo, sino como un lenguaje: una forma que tiene la mente de protegerse. A veces el abandono está vinculado a experiencias pasadas de crítica o fracaso. Comprenderlo permite empezar a actuar desde un lugar distinto, más amable y consciente. Terminar deja de ser una exigencia y se convierte en un gesto de autocuidado.
Dejar las cosas a medias no siempre habla de falta de constancia, sino de emociones no resueltas que interfieren con el proceso. Aprender a reconocerlas, comprenderlas y sostenerlas nos ayuda a cerrar ciclos con más calma y autenticidad.